Esta historia es de las que nos gustan porque trata de dos personas que no creen en el imposible y apuestan por intentarlo. El profesor de educación física, Juan Díaz, y su alumno, Adrián Torrado, hablaron con nosotros porque quieren que conozcáis de primera mano que la educación escolar puede crear unos vínculos para toda la vida. Profesor y alumno, juntos, en equipo, tras años de esfuerzo, de constancia, de trabajo, de dedicación y también dicen, de mucho sufrimiento, lograron romper muchas barreras y eliminar de su argot expresiones fatalistas como `no se puede´ y `no es posible´ por otra más alentadora como es `VAMOS´.
Juan Díaz llega en el año 2000 al colegio Maximino Romero de Baio, en el ayuntamiento de Zas. Allí se encuentra con un alumno de 12 años que está exento de materia de educación física porque, tras haber tenido una meningitis neonatal, quedó afectado con una parálisis cerebral, produciéndole efectos como escasa o nula movilidad corporal, sobrepeso y unas limitaciones físicas que lo tenían en una silla de ruedas. Juan siempre pensó que estos antecedentes no eran motivo para no hacer ejercicio. Habló con Adrián, con el otro profesor de educación física, Marco, con la dirección del centro, con sus padres y también con su equipo médico. Todos y todas coincidieron en la necesidad de cambiar la vida de su alumno.
A partir de ahora, Adrián no sabrá en años escolares qué es tener un recreo, la celebración de una fiesta en el colegio o participar en una excursión. Durante los 13 años que decidió apostar por su rehabilitación, tenía una cita diaria en el gimnasio para el entrenamiento deportivo, como si se tratara de un deportista de alta competición. Parafraseando la serie de los años 80 Fama, `empezó a pagar con sudor´ la mejora de su calidad de vida.
El ejercicio empezó sobre colchones esparcidos por el suelo a modo de tatami, con Adrián arrastrándose sobre ellos, con movimientos de giros, boca arriba, boca abajo,... y a los 2 o 3 meses surge la idea de ponerlo a caminar con estabilizadores de rodilla y bastones de trípode.
Fue un camino largo, tortuoso y lento. “Llegaba reventado”, expresaba Adrián para explicar el ritmo de las clases, “en la ESO, cuando empezábamos a salir con los amigos, yo iba para cama a descansar. No me daba el cuerpo, tenía que recuperar para estar activo al cien por cien el lunes”.
Las rutinas de ejercicios, la constancia, el esfuerzo, sin dejar de lado la gran implicación del equipo docente y directivo del centro escolar, así como de la familia y del equipo médico, fueron permitiendo que Adrián mejorara poco a poco la movilidad. “Llegó a estar de pie, caminando sin ningún tipo de ayuda”, explicaba con orgullo Juan. Con 16 años Adrián cambió la silla de ruedas por bastones y ahora usa andador. “Imagina que la primera vez que me puse de pie fue con 13 años, antes nunca lo había hecho, gateaba”, explica. Y los dos también recuerdan el momento en el que sale al patio caminando y escucharon los aplausos y lloros de emoción de compañeros y profesorado.
Ahora, este equipo quiere que su historia sea conocida por futuros profesionales del deporte, estudiantes de INEF y por foros especializados en la rehabilitación. Que Adrián hoy en día pueda caminar no es un milagro, como él mismo recuerda “Tengo una frase que siempre me decía Juan y es que aquí se viene a trabajar, no a llorar”. Los vínculos que se forjaron entre los dos lo saben ellos “no lo considero profesor, lo considero familia porque vivimos solo lo sabemos él y yo, fueron muchas horas juntos”. Para finalizar, quedamos con una reflexión de Juan “tienes que pelear por tener posibilidades de elegir, a partir de ahí, veré si lo hago o no. Adrián eligió el esfuerzo”.